En el extenso término municipal de Málaga, el tercero en extensión de la provincia tras los de Antequera y Ronda, se combinan al menos dos tipos de paisajes bien diferenciados: hacia el norte se encuentran los Montes deMálaga, zona muy arbolada y de gran valor ecológico y paisajístico, declarada Parque Natural En este mismo territorio, pero hacia el este, el terreno entronca claramente con la fisonomía axárquica y es donde se dan las mayores alturas, como la del pico de Santo Pitar (1.020 metros).
Las tierras se allanan hacia el oeste y forman lo que se conoce como la Hoya de Málaga, que no es sino la depresión en la que se unen las cuencas de los ríos Guadalmedina y Guadalhorce antes de su desembocadura en el Mediterráneo. En este espacio confluyen la fachada marítima de la ciudad, que tiende a ensanchar sus límites hacia la parte occidental, y, todavía, algunas plantaciones de caña de azúcar, frutales y hortalizas, que conforman los últimos reductos de una tradición agrícola cada vez más absorbida por los polígonos industriales y la constante expansión del aeropuerto.
El entramado urbano de la ciudad se extiende de este a oeste a lo largo unos 12 kilómetros, y aproximadamente en el punto medio geográfico se abre el gran semicírculo donde se ubica en centro histórico, que concentra prácticamente todos los monumentos y puntos de interés.
Ante la expansión asiria y la progresiva desertificación de sus territorios, los fenicios de Tiro llegaron al litoral andaluz alrededor del 800 a.C, y en esa época fundaron Malaka, que más que una ciudad sería en principio un asentamiento comercial en torno al puerto. Tiempo después serían los griegos quienes fundaran la vecina Mainake, destruida por los cartagineses, que a su vez sufrieron el empuje de Roma, ante la que sucumbieron a finales del siglo III a.C., en la segunda Guerra Púnica.
Bajo el dominio romano crece la actividad exportadora, basada fundamentalmente en el garum (salsa o pasta de pescado), el vino y el aceite. En el año 81 de nuestra era la ciudad es ya un municipio federado y son construidos relevantes edificios, de entre los que se conserva el teatro, en las faldas de la Alcazaba. Agotada la hegemonía romana, la ciudad pasa a manos de silingos, vándalos y visigodos, y a partir de la invasión islámica dependerá del emirato y posterior califato cordobés.
En épocas sucesivas la ciudad caerá en manos de los bereberes hammudíes, de los ziríes de Granada, de los almorávides, almohades y nazaríes. A pesar de estos constantes cambios la ciudad no perdió su actividad comercial, debido, en buena medida, a la protección de sus fuertes murallas y a la vigilancia que podía ejercerse desde el castillo de Gibralfaro.
Las tropas cristianas asediaron la ciudad de Málaga durante un siglo, y al cabo se rindió sin condiciones en 1487. Esta rendición incondicional supuso la esclavitud o el destierro de un elevado número de sus habitantes. Con la cristianización la ciudad empieza a transformarse, ensancha sus límites extramuros y la Iglesia inicia rápidamente la construcción de templos y conventos. A los disturbios moriscos del siglo XVI, que acabaron con la expulsión de éstos en 1614 y con el consiguiente desabastecimiento, hay que agregarle las inundaciones del río Guadalmedina y las epidemias que se expandieron por la ciudad en el siglo XVII, y, además, las incursiones de piratas y berberiscos y los ataques de las flotas francesa y británica. La población llegó, pues, exhausta a las postrimerías del siglo XVII.
Durante la siguiente centuria Málaga entra en una época de mayor estabilidad en todos los sentidos y, sobre todo, la economía empieza a fortalecerse debido principalmente a las exportaciones agrícolas. También el fin del monopolio del comercio de Indias repercute directamente en el creciente auge que experimenta la actividad portuaria.
En el siglo XIX la capital no sólo padece la invasión napoleónica, sino también las luchas entre absolutistas y liberales que, en 1831, durante el reinado de Fernando VII, causó el fusilamiento del general Torrijos y sus compañeros en las playas de San Andrés. Hacia mediados de este siglo, Málaga conoce una industrialización centrada en los sectores siderúrgico y textil que la coloca, en este ámbito, en el segundo lugar en España.
Los promotores de esta intensa actividad económica fueron los Larios y los Heredia, a los que la ciudad mostró su agradecimiento erigiéndole estatuas y denominando algunas de sus principales calles con el apellido de ambos. Y es en el siglo XIX cuando Málaga perfila su urbanismo: hacia el oeste se sitúan los barrios proletarios y las fábricas, y al este, las grandes mansiones de la nueva burguesía, mientras que en el centro se ensanchan algunas calles y se construyen edificios de llamativa arquitectura