domingo, 28 de octubre de 2012

CRECIMIENTO INCREÍBLE DEL TURISMO CAPITALINO

La capital se consolida en la actividad turística con crecimientos de más del cien por cien respecto a 2000

Suena a milagro a pequeña escala, casi a júbilo estadístico. Mientras la economía se desmorona, la ciudad de Málaga saca pecho como potencia turística, con crecimientos que no distinguen de cambio de ciclo, aparentemente más cercanos a la época del boom de la construcción que a la sobriedad de los últimos días. En los primeros nueve meses del año, casi con una inercia propia, el que fuera patito feo de la Costa del Sol ha dado un golpe de autoafirmación en la industria: sus números hablan de una evolución superior a la de España y Andalucía, con un incremento de más de cinco puntos en turistas y pernoctaciones.

En este 2012, repleto de fatalismo, la capital, lejos de amilanarse, se ha convertido en una de las pocas ciudades del país que se mantiene en una línea positiva; la previsión apunta, incluso, a que superará por primera vez el millón de turistas hospedados en hoteles –4 millones si se tiene en cuenta a los cruceristas, los excursionistas y los que descansan en otro tipo de establecimientos–.

Un hito, sin duda, histórico, aunque tal vez también a contracorriente. No sólo por el contexto, sino por la cercanía con el punto de partida. La Málaga del AVE, de Picasso, del Thyssen, está a poco más de una década de esa imagen destartalada de sí misma a la que únicamente llegaban turistas camino de Torremolinos y Marbella. En el año 2000, solo el 3% se atrevía a mirar más allá del aeropuerto en dirección al núcleo urbano. El salto es apabullante, de más del cien por cien en el conjunto de los indicadores turísticos. Se ha pasado de un registro de 744.404 pernoctaciones a 1.734.523 (+133%); de 379.221 viajeros alojados en hoteles a 907.666 (+145%). Son cifras que aluden al nacimiento de un sector, aparejado indefectiblemente a la transformación urbanística.

Es lo que Damián Caneda, concejal de Cultura, Turismo y Deporte, llama «círculo virtuoso», la contaminación recíproca entre los avances de la ciudad y del turismo. A la multiplicación de museos, a la peatonalización del Centro, a la mejora de las comunicaciones, responde la inyección de capital privado, que ha recompuesto una planta hotelera en desgracia tras la segregación de Torremolinos. Entre 2000 y 2011, la ciudad ha abierto 35 hoteles, con un incremento de plazas de casi el 200% (de 3.002 a 8.930).

Joaquín Fernández Gamboa, experto en turismo y exportavoz de las agencias de viaje, recuerda un paisaje degradado, sin apenas reclamos ni apetito. «La separación fue traumática. Se cerraron muchos hoteles. Tuvieron que pasar 30 años para recuperar el rumbo», indica.

Lo que en todo el mundo fue la campanada de la modernidad, el efecto 2000, se traduce en Málaga como prehistoria turística. La capital carecía de identidad, de capacidad de sujeción de los visitantes. Ni siquiera, explica Fernández Gamboa, existía una concejalía dedicada a los asuntos del turismo. La red de museos, que pronto aumentará con la apertura del Bellas Artes en la Aduana, no había tramado su primer pespunte; el puerto coleteaba entre su pasado pesquero y la sombra industrial de Algeciras.

Ése ha sido precisamente uno de los grandes artífices del cambio. Lo dice Jorge González, director del Hotel AC Málaga Palacio: «Por fin hemos dejado de vivir de espaldas al mar. Y, además, con un centro neurálgico cómodo y bien definido». El nacimiento del turismo de cruceros forma parte de las marcas de este tiempo, con una evolución que va de los 134.439 viajeros a los más de 700.000 de este año. El plan del puerto ha sido un empuje decisivo para el conjunto del sector, especialmente después de la inauguración del Muelle Uno y de la estación marítima. La ciudad ya sabe atraer cruceristas y, lo que es más importante, retenerlos. La proporción de pasajeros que aprovechan la escala para conocer la ciudad ha pasado del 20% al 80%.

Los hoteles de la ciudad reciben ahora a un perfil de turista muy diferente al de hace diez años. Francisco Moro, vicepresidente de la Asociación de Empresarios Hoteleros de la Costa del Sol (Aehcos), recuerda a una clientela compuesta casi en un 90% por comerciales que no dudaban en regresar los fines de semana a los lugares en los que residían. La búsqueda de cultura llevaba a Granada. Málaga estaba fuera del mapa, paralizada en su rol turísticamente subsidiario del litoral. «Había hoteles que funcionaban, incluso, sin agencias de viaje e intermediarios», explica.

Caneda evoca un circuito urbano descuidado y con escasa autoestima. «No había vocación turística. Se tenía la sensación de estar en una ciudad fea, con pocos sitios de interés», afirma. Fernández Gamboa, al igual que el resto de expertos, sitúa el principio de la metamorfosis en un cambio de mentalidad política. La apuesta institucional por el turismo, todavía joven, animó a los empresarios, quienes a su vez estimularon los nuevos proyectos urbanísticos. «Sin cambios en las infraestructuras no habría habido turistas», señala González.

En el último lustro, Málaga se ha situado en la órbita del turismo especializado, especialmente en lo que respecta a la cultura y a los congresos. Una fórmula que le ha dado buenos resultados y que conecta con las nuevas tendencias de la demanda, más inclinada a dosificar sus vacaciones que a las estancias prolongadas. La ciudad ha adquirido una personalidad turística de destino urbano y de fin de semana que le aporta excelentes dividendos­ –nada más que la cultura, los cruceros, el turismo idiomático y los congresos dejan al año alrededor de 260 millones de euros de ingresos­–.

El camino parece enunciado, pero los tiempos no invitan a morir de éxito. Moro señala a un efecto extrañamente positivo en mitad de una cascada de problemas. La crisis ha desacelerado el incremento de la oferta, lo que casa con el modelo que ha hecho posible el despegue de la ciudad. «La planta hotelera no se hizo a rebufo de un acontecimiento puntual como las Olimpiadas o la Expo; siempre ha estado ajustado a la demanda», razona.

El Ayuntamiento, según Caneda, no quiere que se altere ese equilibrio. La mira no está puesta en el turismo masivo, pero sí en un programa de crecimiento que amplíe el perímetro turístico del centro. Caneda quiere integrar en el circuito a las playas de El Palo y Pedregalejo, además de otros puntos como los Montes de Málaga, el Perchel, el Soho o la Finca de la Concepción. «Todas las áreas y todos los ciudadanos debemos pensar en turismo. Y todavía queda mucho potencial. Málaga es un producto con vocación integral, dinámico, en el que caben muchas más propuestas», detalla.

«Málaga no mira al bajo coste, sino al turista de calidad». De estación de paso a lugar de interés. De la invisibilidad a la categoría de complemento de lujo, de punto de diferencia. La relación de Málaga con la Costa del Sol se ha modificado radicalmente en los últimos doce años. La capital ya no pordiosea los restos del veraneo en Torremolinos y Marbella; su desarrollo la ha puesto en el mapa del turismo autónomo, de fin de semana. Ahora, después de años de dependencia, Málaga forma parte de la Costa del Sol, aunque con una imagen y una identidad distinta. La apuesta por la cultura y por los congresos le ha permitido acceder a una clientela de calidad, con alto poder adquisitivo. «La Costa del Sol, en líneas generales, necesita una reestructuración profunda. Se está avanzando hacia el turismo de bajo coste, a diferencia de Málaga», precisa Joaquín Fernández Gamboa. Junto a los cambios urbanísticos y de planteamientos, la capital también se ha visto favorecida por el perfil de los nuevos turistas, que cada vez son más inconformistas y reclaman un valor añadido a las vacaciones de sol y playa. «Es importante que se respete el criterio de sostenibilidad; no podemos repetir los excesos», puntualiza.

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