A la vista de lo que el gobierno sevillano viene haciendo
con Málaga desde hace 32 años, Málaga tendrá que reaccionar, tal vez imitando a
la desesperada el Plan Gedeón.
De otro modo, nuestros hijos se quedarán sin futuro y hasta
podría ser que la ciudad desapareciera. Ya va cumpliéndose el mandato de Alfonso
Guerra a los psoístas de convertir a Málaga en una aldea insignificante. Grandes
zonas de la ciudad están hoy en día completamente muertas.
Lo siguiente va a ser (en meses), que los sevillanos nos
quiten la provincia.
Los planes de Griñán despojan a Málaga de la capitalidad
provincial.
Gedeón y los
trescientos
Gedeón, el tímido juez de Israel, es
una figura clara y precisa de los tiempos que vivimos, y de la demanda actual
de Dios para su pequeño remanente vencedor.
Caos en Israel
El
libro de los Jueces contiene el tramo de la historia de Israel que media entre
Josué y Samuel. Entre ambos profetas, de reconocida fidelidad, hay un largo
período muy oscuro.
Muerto
Josué y toda su generación, el pueblo se volvió a los baales, por lo cual se
encendió contra ellos el furor del Señor. La mano de los enemigos se hizo
pesada y fueron despojados y humillados. En estas circunstancias, el Señor
levantó jueces para que los librasen, pero, pasado el tiempo de un juez, otra
vez se apartaban. Trece jueces fueron levantados para guiar al pueblo en este
período, pero el final era siempre el mismo. Así lo resume el último versículo
del libro: "En estos días no había rey en el Israel; cada uno hacía lo que
bien le parecía" (21:25).
Tal
vez el más fiel de los jueces fue Gedeón, cuya historia se narra en los
capítulos 6, 7 y 8 de este libro.
Desde
el primer versículo del capítulo 6, somos ya introducidos en lo que eran
aquellos tiempos: "Los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de
Jehová; y Jehová los entregó en manos de Madián por siete años." Los
israelitas sembraban y cosechaban, pero no comían de ello. Criaban ganado,
ovejas, bueyes y asnos, pero no les aprovechaba. Los madianitas venían a la
tierra como langostas, y sus camellos eran innumerables. A su paso no dejaban
nada. Israel conoció entonces el hambre y la frustración de trabajar sin
aprovechar lo trabajado. Nada quedaba del pueblo vencedor, al cual Dios había
dicho, por boca de Moisés, que haría caer "temblor y espanto" sobre
sus enemigos (Éx.15: 15-16).
Tal
como el tiempo de los jueces es nuestro tiempo. La apostasía cunde por todos
lados. El pueblo de Dios se ha olvidado de las misericordias de Dios e impera
la incredulidad. Los enemigos de Dios han tomado por asalto los diversos ambientes
cristianos, y ha sido mancillado el testimonio de Dios. En tal desastrosa
situación, los verdaderos hijos de Dios sufren el robo de su paz y de su
herencia. El fruto de su esfuerzo es devastado. Viven expuestos a infinidad de
peligros. Se sienten como en campo raso, sin defensa, y sin escudo. ¿Cuál es la
causa? ¿Estará en Dios que se ha olvidado de ellos? ¿Es que se ha olvidado Dios
de su heredad? No es así. Es por el pecado, es porque se han dejado los caminos
santos del Señor, y se han levantado altares a los ídolos.
Sin
embargo, aún en estos tiempos, Dios se ha reservado un remanente tiene fiel.
Hoy también hay gedeones que son levantados por el poder de Dios para resistir
la anormalidad y vencer las batallas de Dios.
La
Escritura nos dice que Israel clamó al Señor y Dios le envió un profeta, el
cual les dijo que todo lo que ellos estaban viviendo era consecuencia de la
desobediencia a su voz (6:8-10). Y luego, en su misericordia, el Señor envía su
ángel, quien se le aparece a Gedeón (6:11).
Un valiente, escondido
Dice
la Escritura que, en ese momento, "Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el
lagar, para esconderlo de los madianitas". Gedeón sacudía el trigo en el
lagar, no en la era. Nosotros sabemos que la era es el lugar donde se sacude el
trigo. El lagar es donde se exprime la uva, donde se hace el vino. Este es un
signo, entonces, de anormalidad. Gedeón sacude el trigo en el lagar, para
defenderse de los enemigos, porque la era no ofrecía seguridad. Él está
escondido en su propia casa.
El
ángel saluda a Gedeón con estas palabras: "Jehová está contigo, varón
esforzado y valiente" (6:12). Si el ángel dice que Gedeón era esforzado y
valiente, es porque de verdad lo era. Pero, ¿cómo es que los hombres valientes
estaban escondidos del enemigo? Si los esforzados estaban en esa condición,
¿que quedaba para los medrosos? ¡Oh, es que el brazo del hombre es incapaz para
salvar, es que la fuerza y la valentía del hombre de nada sirven, si Dios no
salva! De nada servían la fuerza y la valentía de Gedeón. Era una fuerza
inútil. Cuando peleamos las batallas de Dios nos damos cuenta de la inutilidad
de nuestra capacidad y de nuestras armas.
El celo y la humildad de Gedeón
Sin
embargo, Gedeón estaba consciente de la caída de Israel, porque responde al
ángel con gran celo: "Ah, señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué
nos ha sobrevenido esto? ¿Y dónde están todas sus maravillas, que nuestros
padres nos han contado diciendo: ¿No nos sacó Jehová de Egipto? Y ahora Jehová
nos ha desamparado, y nos ha entregado en manos de los madianitas." Gedeón
conoce la palabra de Dios, la cual habla de maravillas ocurridas en otro tiempo
a favor de su pueblo. Gedeón ama a Israel y se duele con el estado de
postración que padece. Él no está conforme con la anormalidad. Él espera la
vindicación de Dios. Sus palabras brotan como una dramática llamada de auxilio.
Gedeón estaba consciente del problema de Israel. Sabe que Israel no es un
pueblo llamado para estar sojuzgado. Entonces Dios, al ver su corazón
angustiado, fue a él para alentarlo a pelear las batallas de Dios. Dios se
manifiesta a aquellos que esperan en su salvación, y que no se conforman con
las cosas como están, que no se resignan a la derrota sólo porque los demás
estén derrotados, que no se conforman con la anormalidad sólo porque estén
rodeados de ella, y porque muchos la legitimen.
Entonces
Dios prueba el corazón de Gedeón, diciéndole: "Ve con esta tu fuerza, y
salvarás a Israel de las manos de los madianitas. ¿No te envío yo?" El
Señor le insta a que use su fuerza, "tu fuerza", y le ofrece su
respaldo. Si Gedeón confía en sí mismo, dirá: "Sí Señor, yo puedo, yo
iré". Pero Gedeón conocía su pequeñez y conocía al Señor.
El
Señor siempre nos da la posibilidad de echar mano primero a nuestras fuerzas.
Luego, cuando hemos fracasado, echamos mano a lo suyo. Así que tenemos siempre
ante nosotros, en nuestro servicio, dos caminos: el de nuestras fuerzas y el de
los recursos de Dios. Y normalmente nosotros, en nuestra presunción, echamos
mano a lo nuestro. Creemos que en nosotros hay capacidad, hay buenas ideas
("Con esto salvo la situación"), y aun los primeros intentos parece
que dan resultado. Hay algún fruto. Hay buen ánimo, emoción –mucha emoción–,
fogosidad, cánticos entusiastas. Nos llenamos de gloria. Luego, a poco andar,
comenzamos a cansarnos, los cánticos empiezan a parecer repetitivos. Las formas
siguen iguales, pero la gloria se esfuma. Reaccionamos, buscamos culpables,
herimos al hermano, sembramos muerte y cosechamos muerte. Entonces –recién
entonces– acudimos a Dios. Y Él, en su misericordia, nos oye y nos salva. Ahora
estamos dispuestos a renunciar a lo nuestro y a reputarlo por basura, para
seguir un camino más excelente. Este camino es, a veces, lento, difícil, y
comienza, invariablemente, con una pérdida del yo y una afirmación de la gloria
de Dios. Pero es un camino seguro.
¿Cómo
evitar un fracaso doloroso y un "largo itinerario por el desierto"?
Veamos a Gedeón.
Gedeón
no intenta siquiera probar con sus propios medios. Él conoce a Dios y conoce su
propia impotencia, por lo cual dice: "Ah, Señor mío, ¿con qué salvaré yo a
Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo el menor en la casa de
mi padre." Aunque el Ángel ha visto alguna fuerza en Gedeón, él no ve nada
en sí mismo. Gedeón reconoce que no tiene nada, y que no es nada. "¿Con
qué salvaré yo a Israel?" lo primero aquí es con qué. Él no tiene nada. Y
luego dice "¿Con qué salvaré yo?" Él no es nada. "¿Quién soy yo
para salvar?", dice Gedeón. Además, dice que su familia es pobre en
Manasés* , y que él es el menor de ella. Gedeón no tenía rangos ni títulos que
ostentar. Cuando dice que él es el menor de la casa de su padre nos hace
recordar a David entre sus hermanos, cuando Samuel iba a ungir al futuro rey de
Israel. De verdad, Dios "no mira lo que mira el hombre; pues el hombre
mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón" (1 Sam.
16:7)
La
humildad la de Gedeón nos muestra que ante la presencia de Dios vemos
verdaderamente lo que somos. Ante Él apreciamos nuestra absoluta nulidad. Sólo
quien anda delante de Dios puede decir: "¡Ay de mí!". Sólo el ver a
Dios mata en nosotros toda presunción y vanagloria. "En tu luz veremos la
luz" (Sal.36:9. Ver también Is. 6:5; Hch.9:6; Ap.1:17).
Estas
palabras de Gedeón nos recuerdan, además, a Pablo diciendo de sí mismo que era
menos que el más pequeño de todos los santos (Ef.3:8). Viéndole de este modo,
uno podría pensar que Dios se equivocaba al escoger a este hombre. "Un
acomplejado", diríase en la terminología moderna. Pero es que ante Dios no
cabe otra posición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario